La Ciudad de los prodigios

Llevo un par de días cogiendo el autobús más tarde de lo normal después del trabajo, y los dos días he coincidido con el mismo conductor. No soy persona de ir fijándome en mi entorno cuando voy por la calle, ni me fijo en las caras, y menos con las mascarillas. Pero este conductor me llamó la atención el primer día, porque cuando llegó a la parada, que es la cabecera, se bajó con un libro en la mano, y aprovechó esos minutos que tienen los conductores de descanso antes de empezar de nuevo la ruta. No me fijo en la gente, ni en las caras, pero sí me fijo en los libros que van leyendo. Al menos eso hacia cuando la gente leía libros en papel en el transporte público. Ahora, quién lee, lo hace en un dispositivo electrónico, así que no me puedo fijar con qué lectura amenizan su trayecto.

Nuestro conductor está leyendo «La Ciudad de los prodigios». No os podéis hacer una idea de lo mucho que me gusta Eduardo Mendoza. Y claro, la elección del libro me llenó de curiosidad y me fijé en su cara: esa cara que ponemos los lectores cuando tenemos un minuto libre para buscar la página donde nos hemos quedado y continuar devorando palabras. Abrimos el libro (o el dispositivo) y aparecen de nuevo los personajes continuando la trama justo donde la dejamos.

Hoy he llegado a la parada y ahí estaba de nuevo, de pie junto a la puerta del autobús con su libro en la mano y una expresión en la cara de estar a kilómetros de la Glorieta de Embajadores de Madrid. En ese momento estaba en Barcelona, con Onofre Bouvila.

¿Y tú qué libro estás leyendo ahora?

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